El Día de la Recordación de la Soah instaurado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) debe servirnos para meditar sobre uno de los episodios más tenebrosos de la Humanidad, que no pueden quedar, jamás en el olvido, ni permitir que se soslaye por quienes se perfilan como la nueva generación de verdugos y enemigos del Pueblo Judío. El cartel antisemita del mundo islámico encabezado por Irán representa una amenaza real y tangible a la estabilidad en Oriente Medio y en el Mundo, y, muy especialmente, para Israel. Si la revisión histórica del Holocausto constituye un delito perseguible y condenable, la negación de la Soah por parte del presidente de Irán debiera ser denunciada en los tribunales internacionales o que se ejerza la acción judial donde corresponda para que se le detenga y se le abra proceso con arreglo al Derecho Internacional.
Nadie puede ni debe olvidar la negligencia del conrtinente que se reclama como cuna de la civilización occidental, que supuso permitir que ocurriera esa catástrofe humanitaria o que triunfaran los instintos más execrables impensables en el ser humano del siglo XX.
Corren tiempos difíciles, Israel no puede dormirse, ni darse un sesteo, aunque acuse el cansancio y el desgaste de 57 años de lucha por su supervivencia, que le aboca a concesiones que comprometen su futuro.
Los comicios del 28 de marzo pueden ser una oportunidad para la elección de una opción política por mayoría absoluta, que ponga fin al fraccionamiento inestable y, por tanto, a la debilidad. Se necesita un gobierno fuerte, vigoroso, que sea capaz de afrontar los retos que están por delante. Un gobierno monocolor, pero eso es una ilusión propia, un sueño. Un gobierno con mano fuerte, arropado por la legitimidad política de un Estado de Derecho, como lo es Israel.
Que este día de hoy sea de recuerdo emocionado de aquellos seis millones de víctimas del régimen nazi, que la historia no puede borrar, ni una mente degenerada y enfermisa puede soslayar o poner, siquiera, en tela de juicio.
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