Consuela, pero no satrisface del todo, el optimismo de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) ó Tzahal, siglas en hebreo, cuando afirman que no prevé una tercera intifada o revuelta palestina, continuación de las dos precedentes de 1989 y 2000. Es de suponer que el Estado Mayor o la Inteligencia Militar tendrán información fehaciente que avale tal acerto o predicción, que modestamente, tal como están las cosas,podrían ser desbordadas por los acontecimientos, ahora en ciernes, con las escaramuzas en torno a los lugares santos o la Ciudad Vieja de Jerusalem.
Toda precaución es poca a la hora de aventurarse a emitir valoraciones que pudieran ser precipitadas y contraproducentes, que sólo beneficiarían a quienes persiguen retornar a la senda de la violencia, la crispación o el enfrentamiento. El mensaje de los terroristas ha sido claro y de quienes los amparan, de forma directa o indirecta, no puede ser más explícito y es de suponer que se tendrá en cuenta todos estos aspectos.
La administración demócrata de Estados Unidos se ha mostrado, por tradición, más distante de los intereses nacionales de Israel, mucho más crítica, e incluso, hostil, como lo prueba ahora el equipo de Barack Obama, con su distanciamiento hacia el gobierno israelí por su política de apoyo a nuevos asentamientos, dentro del programa de construcción nacional y de dotación de infraestructuras básicas para la población.
Israel no puede detener su crecimiento y expansión y eso hay que entenderlo. Eso no necesariamente no tiene porque contradecir un eventual avance en un nuevo marco negociador del proceso de paz, que sustituya al actual, simplemente, porque está agotado desde la segunda intifada de 2000 que canceló toda posibilidad de arreglo, como se ha podido demostrar con el paso de los años e incluso al fracasado proceso de desconexión de la Franja de Gaza auspiciado por la administración de Ariel Sharon.
La tercera revuelta puede saltar de un momento a otro y si no tiempo al tiempo.
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