El ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Avigdor Liebermann, ha puesto sobre el tapete la cuestión de la ciudadanía israelí y de los privilegios civiles de gran parte de la población árabe censada en el país, que esgrime como un asunto a tener en cuenta en las negociaciones con la Autoridad Nacional Palestina. Según recoge la edición digital del semanario israelí AURORA, el canciller habría sugerido que los árabes-israelíes desleales deberían tomar la ciudadanía palestina, en el marco de la reunión semanal del gabinete.
Textualmente, según se recoge en el rotativo de Tel Aviv, Liebermann señala que "la cuestión de los ciudadanos de Israel debe ser uno de los temas centrales en la mesa de negociaciones, a la luz de la negativa palestina a reconocer a Israel como un Estado judío". En este contexto, el reponsable de la política exterior israelí subraya que "no podemos seguir ignorando los problemas como el de Hanín Zuabi, que se identifica completamente con el otro lado".
Sin ánimo de entrar en el fondo de la cuestión, ya habrá otra oportunidad para ello, el hipotético establecimiento de un estado palestino en Judea y Samaria y en Gaza,debiera implicar una revisión de la ciudadanía de la población árabe-israelí, podría ser incompatible con el disfrute de los privilegios políticos como los que gozan los actuales diputados árabes representados en la Kneset, o en el peor de los casos, en el Gobierno.
La identidad judía del Estado de Israel es incuestionable ni negociable, al menos, así debe entenderse. Su supervivencia depende del cuidado, conservación y protección sus raíces históricas y nacionales singulares y de todo el legado milenario que atesora dentro y fuera de sus fronteras. Negar la condición judía del Estado de Israel equivaldría a desnaturalizarlo, llevarlo al desastre de la asimilación, no de unos individuos o entes aislados, sino de todo el cuerpo nacional.