Muro de las Lamentaciones 1990./ RAFAEL BEN-ABRAHAM BARRETO
Sin ánimo de ser catastrofista o pájaro de mal agüero, Jerusalem sigue sitiada como hace 2.500 años, pese a la gloriosa y milagrosa recuperación para el patrimonio nacional de Israel, tras la Guerra de los Seis Días de 1967, y su avance imparable hacia la modernidad y el progreso. Sin duda, dista mucho aún, de aquellos momentos aciagos previos al 10 de tevet, por el que el que se guarda ayuno, pero por el contrario siguen las manifestaciones que provocaron aquella catástrofe, durante el imperio de Nabucodonosor. Hace pocos días evocábamos la gesta de los macabeos que restauraron el servicio en el Templo, en Hanuka, hoy guardamos ayuno por el preludio de la catástrofe que representó el arrebato de uno de los símbolos físicos de la identidad religiosa nacional, y el cautiverio babilónico.
"Y fue en el noveno año de su reinado, en el décimo mes (Tevet), en el décimo día, que Nabucodonosor, rey de Babilonia, llegó con todo su ejército a Jerusalem, y acampó alrededor de ella y construyó torres en todo su alrededor. Y la ciudad quedó sitiada hasta el año 11 del reinado del rey Tzidkiahu. En el noveno día (del mes de Tamuz) el hambre en la ciudad fue muy severo y no había pan para comer. Y penetraron en la ciudad…" (Melajim II - II Reyes - 25:1-4).
El 10 de Tevet del año 3336 desde la creación (425 antes de la era común), los ejércitos del emperador babilónico Nabucodonosor sitiaron Jerusalem. Treinta meses más tarde, el 9 de Tamuz, 3338, las murallas de la ciudad fueron franqueadas y en el 9 de Av de ese mismo año, el Templo fue destruido y el pueblo judío sufrió el exilio a Babilonia durante 70 años.
Unas señales, que nos advierten en esta época, y que que se expresan en la división del pueblo, en el enfrentamiento entre hermanos, y en el distanciamiento de las enseñanzas de la Torah, que imprime carácter y carta de nacionalidad. Esos signos inequívocos están marcados en episodios de debilidad frente a los enemigos o adversarios mortales con concesiones territoriales que contradicen el mandato de la Providencia de ocupar y vivir en Eretz Israel y en la seria amenaza, aún más terrible y devastadora, de Persia.
La explanada del Templo está ocupada por una estructura extraña y ajena, consolidada como elemento monumental histórico. Quiera el Bendito, Él, que permita la construcción del III Templo en el mismo lugar que los dos precedentes, ahora y en nuestros días.
EL EDITOR.
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